En la prisión
-¡Brrr! ¡Brrr! – se queja.
Mira hacia arriba. A la claraboya. Una corriente de aire gélido se cuela. Cubierto con una manta muy usada. Tiembla. Sus manos cubiertas con guantillas. Se mantienen desabrigadas. Sopla sobre ellas para calentarlas. Sentado sobre su catre. Trata de sobrevivir al mal tiempo.
-Se acerca la madrugada –piensa sin poder dormir.
Los ruidos en su estómago le incomodan.
-¡Ay! ¡Ay! –Le duele.
Los chinches no le dan paz. Le pican. Los andrajos que le cubren presentan manchas de sangre. La soledad le sobrecoge. Su mente no para. Continuamente los recuerdos van y vienen. Ese evento que le persigue. Palpita en su cabeza…
Venía de cazar. Aquel día no se había quedado hasta el atardecer. ¿Que lo incitó a volver? Nunca lo comprendió. Cuando entró en la cabaña. Una imagen le golpeó como un ventarrón. Allí estaban esos dos. Su mujer y un desconocido. Retozando desnudos en su cama. En su hogar. Su visión se cubrió de un color rojo. La furia comenzó a invadirle desde su estómago. Sintió dolor. Uno profundo. Punzante. No dijo nada. Solo apuntó su rifle. Disparó sobre el hombre. Recargó y disparó una segunda vez sobre ella. La miró con gran pesadumbre. Lágrimas de furia resbalaron por su cara. Se mantuvo inmóvil. ¿Por cuánto tiempo? Nunca lo supo. Le alertó el calambre en su brazo. El que sostenía su arma. Sintió hastío. No podía pensar en tal descontrol. Cayó de rodillas. Vencido.
-¿Como pude haber hecho eso? - se preguntaba una y otra vez en un proceso repetitivo y eterno.
Aquel mal recuerdo le atormentaba. En el amanecer y en el anochecer. Durante las horas del día. Mientras intentaba dormir. Le dolía. En suplicio.
-¡Auuu! –se escuchó a un lobo en la lejanía. Él se mantenía impávido. Ausente. Confinado en su mente enferma. Sin esperanza.
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