lunes, 12 de septiembre de 2022

EN LA PINTURA

 

En la pintura

Es débil la claridad de la caída del atardecer en el crudo invierno. De pie protegiéndose con una manta llena de agujeros. Él titirita. Alumbrándose con la disminuida luz de una vela. De su boca expele cierto vaho al respiro. Frente a un lienzo todavía fresco planea el inicio de los primeros trazos. Su estómago emite ruidos frecuentemente. Está vacío. Hace dos jornadas que no se lleva ni un mendrugo a su boca. Abre dos frascos de pintura. El olor que le invade las aletas de su nariz le embriaga. Con el pincel desliza los colores sobre la paleta. Los que reciben la tímida luz del cirio. Su refulgencia le hipnotiza. Al aplicar el pincel sobre la pasta del color tiembla. Y al adherirla sobre la tela nívea le suspende el aliento.

Comienza un proceso de creación del pintor en su arte. Con mente atenta avanza en su inspiración. Sus manos se agitan. Agarran el pincel con maña. Y aplican la fuerza mínima necesaria. Tiene tacto. Los trazos plasman. Comienzan a dar vida. La distancia lejana el color es vago. La cercana es nítido. Ya la perspectiva se pierde en la profundidad. La que es oscura. Al frente en la proximidad es brillante. La forma revela el motivo. Rosas frescas salpicadas de rocío. En rojo profundo de pasión están todavía en sus ramas. Una fuerte luz invade el fresco. Comunicándole encanto.

Él lo detalla. Se sorprende ante el realismo del trabajo. Le seduce. Se mantiene con viva mirada sobre su creación. Sonríe. Está satisfecho.

-Vale su peso en oro –murmura-. Ahora falta quien desee comprarlo –advierte.

Duerme. Sueña. Se agita. Al despuntar el alba despierta.

-Voy al pueblo. ¿Seré capaz de venderlo? –se pregunta. Inseguro parte. Camina un largo trecho. En las calles busca alguna muy concurrida. Se sitúa. Cuelga su cuadro. Se pega a la pared. Espera. Algunos transeúntes pasan y no miran. Algunos otros si lo hacen por cortos instantes. Ninguno se detiene. Corren las horas. Pasa el día. El hambre le muerde. Débil por la carencia se marea. Comienza a oscurecerse la mirada. Se agarra del muro para no caer. Inesperadamente una voz le saca de su ensimismamiento.

¿Qué cuesta? –un fulano le solicita-. Cuesta mucho pero lo entrego por unos pesos-. Habla con un dejo de tristeza. El parroquiano se decide. Lo toma. Paga. Se aleja.

El artista le observa hasta que desaparece. Recuerda su obra. Sonríe pero no por gozo. En soledad se queda.

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