En la guerra
En el campamento militar el ejercicio obliga. El entrenamiento es constante. Se preparan para lo que viene. La mirada es insegura. ¿Sabemos porque lucharemos? O manejamos una idea falsa. En el catre casi ni dormimos. La duda nos agobia.
-En tres días partiremos a los campos de batalla –nos grita el señor de la guerra.
Al oírlo. Una frialdad nos invade. Nuestras mujeres nos despiden. Con ojos húmedos iniciamos nuestro viaje. No advertimos que nos espera. Se abren las puertas del avión. Somos golpeados por una corriente caliente de aire. Nos sofoca. Transpiramos. Hay que moverse. Hemos arribado.
-¿Debo seguir o debo huir? -Me pregunto quedamente.
Prontamente nos preparamos. Vamos al campo enemigo. La ciudad está desierta. No se asoma ni una cara. Las edificaciones están destruidas. El viento del desierto levanta remolinos de arenilla. Nos ciega. Caminamos con cautela. Atentamente observamos el terreno, las ruinas y el cielo. La tirantez cercena la atmósfera.
-¡Pum! –nos cubrimos en tensión-. ¡Ra-ta-tá! –nos ametrallan.-¡Buuum! –estalla un cañonazo.
Aterrados corremos. Nos escondemos. Algunos de los nuestros han caído. No podemos rescatarlos. De igual forma que llegó. El enemigo desaparece.
En la noche montando guardia en soledad. Simulo que no me afecta. Me ahogo en el sufrir. No lloraré. No quiero probar mis lágrimas. Me ahogo. Suelto mi pánico. Lo enfrento.
-¿Qué hago aquí? -¡Éste no es mi lugar! ¡Esta no es mi guerra! Hasta donde es mi aguante.
Solo me respondió el silencio, uno inaguantable.
-¡Buuum! –explotó.
Perdí la conciencia. Perdido no entendía. ¿Acaso había muerto? Algo dentro de mí me ordenó.
-No puedes morir.
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