lunes, 26 de septiembre de 2022

EN LA MADUREZ

 

En la madurez

Soplan vientos de otoño. Las hojas de los árboles lucen doradas. Un mosaico de colores sostiene a la naturaleza. Desde los verdes pasando por el amarillo y hasta los ocres y rojos. La vegetación se prepara para enfrentar la frialdad de los tiempos duros que vienen.

Huele a tierra mojada. El aroma a hojas caídas en el suelo impera en el ambiente. De las cocinas se esparce el de chocolate caliente. Arriba desde los techos el viento trae el humo de chimeneas. Y en la calle se ofrece la delicia de castañas asadas.

Ella mira por la ventana. El color que observa le trae recuerdos. Sonríe dulcemente. Decide salir. Camina suavemente. El contoneo de tiempos pasados la abandonó. Su cuerpo ya no es firme como antes. Sus cabellos escasean. Las primeras arrugas ya aparecen. Requiere de horas extras  de sueño para reponerse. El brillo de sus ojos se ha opacado.

Pero aun siente vida en su interior. Añora caricias. Recuerda el amor con nostalgia. En  soledad se haya.

En distracción al llegar a una esquina le tropiezan. Se sorprende. Va en caída cuando una mano firme la ase por su codo. Al levantar su rostro advierte un rostro incógnito. Sorprendida en timidez le observa. Es un hombre de cierta edad. Aunque más joven que ella.

-¿Se encuentra bien? –indaga el desconocido-. Sí. No es nada –responde ella.

El varón la observa fijamente. Ella advierte su fuerza. Trata de rehuir un poco. Pero el desconocido refleja preocupación. Ella siente cierta comodidad. Algo en su actitud le inspira confianza. Inesperadamente Él le sonríe. A su alrededor la gente camina con prisa. Él la toma. Le aparta del barullo. A un lado de la acera. Se miran mutuamente con cautela. Se siente atraída hacia el desconocido. Emociones encontradas palpitan en ella. Quiere acercarse. Pero también quiere separarse. La prudencia le previene. El hombre mantiene su mano en su brazo. El contacto que los une. Los segundos pasan. Ella espera. El sigue atisbándola.

-¿Quiere tomar un poco de agua? Digo por el susto –comunica el hombre.

-No. Está bien –contesta ella.

-¿Desea un café?........ Conmigo –Enfatiza con cierto encanto en su voz.

Ella accede. Él suelta su brazo. Pero agarra su mano. Y la guia entre el ir y venir de la gente. Es agradable para ella. Se siente protegida. Mientras caminan Él la mira constantemente. Ella adivina que le gusta al desconocido. Se siente muy atractiva. Respira hondo ante el evento que ocurre. Su corazón late un poco más cada vez que Él la voltea a mirar. Siente esperanza. Puede que todavía viva el amor. El pensamiento la seduce. Disimula una sonrisa. Le mira directamente a sus ojos. Él ríe abiertamente. Están contentos.

lunes, 19 de septiembre de 2022

EN LA SELVA

 

EN LA SELVA

El ambiente es cargante. La humedad domina. El calor es sofocante. Una vegetación invasiva avasalla el todo. Árboles de altura gigantesca cubiertos de plantas parásitas despliegan lianas de sus ramas. El terreno no se observa. Todo está cubierto por el monte.

El sonido es contaminante. Una diversidad de ruidos extraños se escucha. En su plenitud el agua corre. Los chirridos de insectos se levantan de la tierra. Los ruidos de anfibios deslizándose. Mamíferos rasgando la maleza buscando senda. Aves que en vuelo dejan eco en el viento. El vaivén de los árboles aporta.

En la distancia todo es verde. Los colores de las flores fulguran. La exuberancia se exhibe. La grandeza sobrecoge. Los rayos del sol no penetran al bosque denso. Que se modela en un caparazón protector del vapor.

Un humano de mirada salvaje se mueve a través de la espesura. Atento al peligro latente que le amenaza. Respira en sofocación. El vapor cubre sus largos cabellos y su piel desnuda dándole un brillo resaltante a su musculatura poderosa. Con dominio del terreno camina sobre  sus anchos y largo pies que en sus plantas visten una coraza callosa. Un oído muy acrecentado percibe hasta el más quedo sonido de lo que le rodea.

Súbitamente el ruido temible de un rugido le previene. Él se detiene abre sus dos piernas tomando dominio del suelo. Sus puños cerrados se preparan. Su cabeza se torna a un lado y al otro buscando a lo que viene. En un instante le ve. Es un león de tamaño impresionable. Mueve su cabeza buscando su presa. Está hambriento. Convirtiéndole en una criatura letal. En la distancia se localizan. Con mirada severa se retan. Bruscamente los dos inician una carrera temeraria destrozando naturaleza a su paso. Y chocan violentamente. Rodando por el terreno en un enfrentamiento sin tregua. Forcejeando ninguno cede. La inmensa mandíbula del animal se abre intentando devorar. El humano se suelta con listeza. De pie se apodera de la cabeza de su enemigo con sus gruesas manos. En posición inamovible la tuerce. Los músculos de su humanidad se tensan creciendo hasta el punto previo del desgarro. Un ruido seco se escucha. La cabeza cede. Torciéndose completamente. El animal cae. Inerte se muestra vencido.

El humano levanta sus manos mostrándolas cual  garras. Su mirada fiera se proyecta hacia el vacío. Su cara en rictus. Abre su boca y grita. El eco le acompaña. Es el vencedor.         

lunes, 12 de septiembre de 2022

EN LA PINTURA

 

En la pintura

Es débil la claridad de la caída del atardecer en el crudo invierno. De pie protegiéndose con una manta llena de agujeros. Él titirita. Alumbrándose con la disminuida luz de una vela. De su boca expele cierto vaho al respiro. Frente a un lienzo todavía fresco planea el inicio de los primeros trazos. Su estómago emite ruidos frecuentemente. Está vacío. Hace dos jornadas que no se lleva ni un mendrugo a su boca. Abre dos frascos de pintura. El olor que le invade las aletas de su nariz le embriaga. Con el pincel desliza los colores sobre la paleta. Los que reciben la tímida luz del cirio. Su refulgencia le hipnotiza. Al aplicar el pincel sobre la pasta del color tiembla. Y al adherirla sobre la tela nívea le suspende el aliento.

Comienza un proceso de creación del pintor en su arte. Con mente atenta avanza en su inspiración. Sus manos se agitan. Agarran el pincel con maña. Y aplican la fuerza mínima necesaria. Tiene tacto. Los trazos plasman. Comienzan a dar vida. La distancia lejana el color es vago. La cercana es nítido. Ya la perspectiva se pierde en la profundidad. La que es oscura. Al frente en la proximidad es brillante. La forma revela el motivo. Rosas frescas salpicadas de rocío. En rojo profundo de pasión están todavía en sus ramas. Una fuerte luz invade el fresco. Comunicándole encanto.

Él lo detalla. Se sorprende ante el realismo del trabajo. Le seduce. Se mantiene con viva mirada sobre su creación. Sonríe. Está satisfecho.

-Vale su peso en oro –murmura-. Ahora falta quien desee comprarlo –advierte.

Duerme. Sueña. Se agita. Al despuntar el alba despierta.

-Voy al pueblo. ¿Seré capaz de venderlo? –se pregunta. Inseguro parte. Camina un largo trecho. En las calles busca alguna muy concurrida. Se sitúa. Cuelga su cuadro. Se pega a la pared. Espera. Algunos transeúntes pasan y no miran. Algunos otros si lo hacen por cortos instantes. Ninguno se detiene. Corren las horas. Pasa el día. El hambre le muerde. Débil por la carencia se marea. Comienza a oscurecerse la mirada. Se agarra del muro para no caer. Inesperadamente una voz le saca de su ensimismamiento.

¿Qué cuesta? –un fulano le solicita-. Cuesta mucho pero lo entrego por unos pesos-. Habla con un dejo de tristeza. El parroquiano se decide. Lo toma. Paga. Se aleja.

El artista le observa hasta que desaparece. Recuerda su obra. Sonríe pero no por gozo. En soledad se queda.

lunes, 5 de septiembre de 2022

EN EL TRASNOCHO

 


En el trasnocho

Brillan las luces. Algunos están cansados. Vuelven a su hogar. Otros indecisos no toman rumbo. Pero algunos tienen plan. Un hombre se desplaza rápidamente. Tiene prisa. Al llegar a su apartamento busca un traje de etiqueta. Le repasa.

-Está bien. No requiere planchado. ¿Dónde estará la camisa?

El que busca encuentra. En minutos se viste. Con elegancia sale a la noche. Sus pasos son rápidos. Divisa el teatro. Respira profundamente, ya aliviado. Afuera se forma la fila de asistentes. Está larga. Hay paciencia. Adentro en el foso los músicos ensayan. El ruido de diferentes instrumentos en desarmonía incomoda al oído. Él espera. No es su turno. Se dirige al escenario. Revisa el taburete que ocupará. Se sienta. Toma su violonchelo lo sujeta entre sus piernas y toca las cuerdas con un arco. Ensayando. Le avisan que desaloje. Se abre el telón frontal revelando el plató. El público aplaude. Es llamado. Camina hacia el centro y saluda con una reverencia. Se sitúa. Abraza a su instrumento. E inicia la ejecución. Notas musicales se escapan e invaden el espacio. El violonchelista se eleva en comunión con su arte. En el momento sublime no existe más nada. Al finalizar vuelve al encuentro con su público. Éste en pie aplaude con efusión.

La presentación ha llegado a su fin. Él se ausenta. Camina por la calle. Es temprano para volver a casa.  El embrujo de la noche lo envuelve. En su trayecto se topa con una larga fila que espera entrar en un cabaret. Él es bienvenido. Le aceptan de inmediato. Presencia obliga.

En el interior la música estridente le hace reaccionar. Se deja llevar. En la pista baila. Entrecierra los ojos. Es un momento de soledad en medio del bullicio. Más tarde consume una copa de vino. Luego otra…

Cuando deja el lugar. Ya la noche es profunda. Es muy oscura. Pronto se revelará el crepúsculo. Camina sin prisa. Se acerca a la casa situada próxima a las caídas de agua. Observa detenidamente la llegada del amanecer. Se libra de sus zapatos. Desabrocha el nudo de su cuello. Localiza una silla. Se sienta. Abraza su violonchelo. Y ejecuta lo inspirado. Su creación, su música invade la amplitud del cielo abierto. Embelesado se ausenta. Es su momento.  

EN EL ABANDONO

  En el abandono Fuiste magnífica. Eres una construcción imponente. Mucho fue el tiempo, el esfuerzo y la fatiga invertida para erigirte...