En la alegría
Su risa se escuchaba desde el amanecer hasta el anochecer. Había algo de cristalino en su sonido que captaba la atención. Era contagiosa. De tal forma que todos los que la rodeaban reían y reían.
Su gusto por el baile le dominaba. Cuando al formarse la parranda, ella era la participante más entusiasta. Y danzaba sin parar por toda una noche. Sentía debilidad por el sonido del tambor. Era la excusa perfecta para brincar, bailar y destacar. Su extrema sensualidad se manifestaba a través de su movimiento cautivador. En el que exhibía su cuerpo hermoso para tormento del personal masculino. Ellos seducidos por su tenencia del ritmo, embelesados y babeándose por la morena bella caían bajo sus redes, como moscos prisioneros.
Cuando niña fascinaba a los chiquillos, alzándose un poco la tela de su blusa para mostrales su piel tersa. Una que nunca requirió esmero, sino que más bien la exponía al severo sol tropical, desprotegida.
Cuando los chiquillos jugaban al beisbol ella insistía en participar.
-¿Oye que hace una niña aquí? –le rechazaban
-¡Mira niño! Yo soy la que mejor juega. Si tienes alguna duda compitamos por batazo, a ver quién batea más lejos. Así que si te gusta o no. Yo entro a jugar. Además nadie me gana corriendo de base a base
Cuando comía solo devoraba. Le atraían los sabores fuertes. Por supuesto nada de vegetales los que le sabían soso. La carne roja, entre mas roja, era más deleitable. El sabor de las aceitunas le hacía temblar las papilas gustativas. De puñados las comía. Sin respetar la más mínima etiqueta en la mesa.
Cuando caminaba se contorsionaba. Mostrando su cuerpo sensual de proporciones voluptuosas.
-Oye negra dame tus besos. Dejame meter mi lengua en tu boca rica –le rogaban. Y ella complacida exageraba su caminar batiendo su melena crespa sobre su espalda erguida.
Sin embargo, ella solo reía y en respuesta les decía:
-No ha llegado el hombre al que le permita hacerlo.
-¿Te imaginas a esa hembra desnuda? -se comentaba entre los varones-. En una cama debe ser un banquete de sabrosura.
Un día arribó un forastero, venia del otro lado del mundo. Cuando se encontraron, se miraron sin exclamar la más mínima palabra. Y en completo entendimiento, él la siguió. Se perdieron en la distancia. Lo único que se escuchó fue la risa de gozo de la negra bella.
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